De su acervo personal Documento póstumo preparado por el Lic. José A. Fariña en el año 2012
Cuando
el árbol no deja ver el bosque.
Neofuncionalismo
y posmodernidad en los estudios sobre movimientos sociales
Introducción
La historia de la
modernidad es la historia de la movilización social, la modernidad nace o se
expresa materialmente a partir de procesos de la movilización y el cambio, la
revolución inglesa y francesa dan forma a los inicios de la modernidad y luego
esta se va expandiendo al resto del mundo a través de distintos procesos de
ocupación y dominación que generan dialécticamente nuevos procesos de
movilización, dándose incluso en muchos casos procesos revolucionarios también.
Por lo tanto, el estudio de los procesos de movilización social es en parte el
estudio de la modernidad y viceversa. Así, los movimientos sociales son parte
inherente de la modernidad, son producto y productores de la modernidad y son
la expresión de las cambiantes condiciones, estructuras y procesos de la
modernidad. Los procesos de industrialización, urbanización, acumulación
capitalista y desarrollo poscapitalista son el entramado dialéctico con el cual
los movimientos sociales interaccionan conformándose y conformándolos. El
nacimiento y posterior desarrollo de las ciencias sociales va de la mano
también con el análisis de la movilización social, tanto los padres fundadores
de la sociología como sus continuadores así como en la economía y en la ciencia
política tuvieron en el estudio de la movilización el eje de su problemática.
Es más, la ciencia social moderna se funda con el objetivo de, en parte,
legitimar y justificar intelectualmente la emergencia de la modernidad a través
del cambio y la movilización social[1].
Esta problemática de la
movilización y los movimientos sociales, es y ha sido un tema también altamente
tratado y estudiado en los medios académicos latinoamericanos, y en parte en la
Argentina siendo, en este caso, la clase obrera un sujeto privilegiado en
cuanto a la dedicación que ha merecido
por parte de la academia y la ciencia, tanto a principios de siglo como en los
años ´60 y ´70. De hecho, en la Argentina, en el contexto del amplio desarrollo
de investigaciones desde muy diversas perspectivas disciplinarias relacionadas
con la cuestión del desarrollo y la sociedad, los movimientos sociales en su amplia
perspectiva, es decir más allá de la clase obrera solo han sido abordados
parcialmente, por lo que han quedado fuera del estudio (o en todo caso con un
tratamiento muy superficial) una importante cantidad de situaciones, procesos y
casos. Esto su puede explicar tanto por la propia historia del proceso
capitalista argentino basado en un intenso proceso de industrialización y de
alta capitalización de la actividad agropecuaria (previo exterminio casi total
de la población indígena), como también a un descuido por parte de la ciencia
respecto al resto de los procesos de movilización social, por esto es posible
afirmar que la problemática de los movimientos sociales en sus diferentes
variantes ha sido, durante importantes periodos, claramente sub-estudiada en
relación con la importancia que han merecido históricamente otras temáticas.
Aunque es de destacar que
en estos últimos años y más como acompañamiento a las modas internacionales
surgidas a la luz de la llamada “teoría de la acción colectiva” y la “teoría de
los nuevos movimientos sociales” vienen aparecido a un ritmo intenso una serie
de trabajos y grupos de investigación dedicados expresamente a la problemática
de los movimientos sociales.
En síntesis, el estudio
del conflicto, las luchas y los movimientos sociales constituye un tema, por un
lado predominantemente vinculado al pasado, a los estudios históricos de las
tres o cuatro primeras décadas del siglo XX, ya sea por distintas rebeliones
agrarias como por el momento de auge del movimiento obrero y sus
manifestaciones anarquistas y socialistas, y a los importantes procesos de
rebelión de los años ´60 y ´70; y por otro como una representación actualmente
en desarrollo de la aparición de lo que se ha dado en llamar “nuevos sujetos o
movimientos sociales” que surgirían en las últimas décadas, ligados
particularmente a los cambios generados por la aplicación de las recetas
neoliberales. Ahora, mientras que los primeros centraban el eje del análisis
precisamente en las luchas y los conflictos generados a partir de la imposición
de un determinado modelo de desarrollo capitalista y de la interacción y la
puja de intereses entre los diversos sectores o clases sociales, teniendo en
muchos casos una mirada con cierto compromiso con los mismos, especialmente en
los trabajos de los años sesenta y setenta; los segundos en cambio, ponen mucho
más fuertemente el énfasis en las cuestiones de relativismo subjetivo ligado
fundamentalmente a la organización de los movimientos, quedando la lucha, el
conflicto y la puja entre fuerzas antagónicas relegadas a un segundo o tercer
plano.
Si el concepto de lucha de
clases fue un concepto clave en los ´60 y ´70, actualmente es mayoritariamente
considerado en los ámbitos académicos como un concepto perimido, como una
rémora del pasado que ha sido absolutamente superado. En este contexto aparece
el interés por el estudio de los “movimientos sociales”, que sin duda es
auspicioso, por cuanto en Argentina y
buena parte de América Latina, reaparece alguna preocupación por fenómenos ligados
al cambio social, frente al predominio casi absoluto durante los años ´80 y ´90
en el análisis del ”status quo” (como el estudio en base a los conceptos de la
sustentabilidad y gobernabilidad que como los propios términos lo indican,
hacen hincapié en la conservación y no en la transformación)
Pero es sumamente
interesante prestar atención entonces a una serie de presupuestos desde donde
reaparece el estudio de la movilización social. Aunque sería más preciso
afirmar que lo que aparece son los estudios sobre las formas de “organización”
y procesos de “identidad” de los movimientos sociales, pues si anteriormente el
conflicto, el enfrentamiento, la lucha de clases y la hacia
la plena vigencia de los valores de libertad y enfatizando fuertemente
los de igualdad a partir de la desaparición de la explotación y de las clases
sociales que la sostienen.
protesta eran ejes fundamentales del análisis,
ahora predominan (en sectores mayoritarios del mundo científico) trabajos que
dejan en un segundo plano la cuestión del conflicto y en donde los fenómenos de
“identidad”, “recursos organizativos” y “exclusión” (que reemplaza al
antagonismo) son las preocupaciones fundamentales, rescatando las visiones que
se asientan más en las funciones y los equilibrios (o desequilibrios del
sistema social) que en las contradicciones y los enfrentamientos entre clases o
sectores sociales. Se siguen aquí,
tendencias teóricas aparecidas en las últimas décadas en los países centrales y
basadas todas ellas en el resurgir del “individualismo metodológico”.
Post-estructuralismo
e individualismo metodológico
Existen dos grandes grupos
de corrientes teóricas dominantes para el estudio actual de los movimientos
sociales, todas identificadas con la perspectiva del individualismo metodológico.
Una, de mayoritario origen norteamericano, a la que se la puede identificar
como primordialmente preocupada por el problema de la “protesta y la acción
colectiva”, y otra de mayoritario origen europeo más enfocada a la cuestión de
la “identidad”. Es importante aclarar que si bien estas diferencias de origen
se pueden visualizar fácilmente, existe un gran diálogo e intercambio entre las
dos corrientes dominantes. Por lo tanto, respetando las diferencias, se seguirá
a continuación con cada una de estas “escuelas”, marcando cuando corresponda,
los contactos más visibles entre ambas.
La “Escuela Norteamericana”
El desarrollo teórico
norteamericano dominado ampliamente por las concepciones
positivistas-funcionalistas de lo social, vieron emergen durante el período de
entreguerras una preocupación especial por los fenómenos de protesta y de
organización y movilización social (aunque es importante recordar que la
problemática del conflicto como consecuencia del cambio, siempre fue un tópico de
importancia dentro del esquema estructural-funcionalista). La tendencia general
era considerar a la movilización social como portadora de un comportamiento
político no institucionalizado, espontáneo e irracional por lo cual era
potencialmente peligroso al tener la capacidad de amenazar la estabilidad del
modo de vida establecido (Eyerman et Jamison, 1991).
El Collective Behaviour,
línea que partía del interaccionismo simbólico de Herbert Blumer (1934) y
otros, se interesaba por los procesos de autorregulación y la creación de
nuevas normas así como de los procesos de aprendizaje social e innovación del
comportamiento colectivo. El punto de vista era sociopsicológico, orientado a
la investigación de la conducta individual. Los estudios de Talcott Parsons
(1942) explicaban el surgimiento del movimiento social en función de las
tensiones originadas en el desarrollo desigual de los varios subsistemas de
acción. El punto de vista aquí es claramente macrosociológico y apuntaba a los
desajustes que sobre los individuos ejercían los procesos de modernización y
racionalización de las sociedades industriales.
Jean L. Cohen (1985) ha
resumido de forma muy clara y concisa las premisas básicas de estas teorías de
entreguerras:
“1) Existen dos tipos
distintos de acción: comportamiento institucional-convencional y comportamiento
no institucional-colectivo;
2) El comportamiento no
institucional-colectivo es acción que no se guía por normas sociales existentes,
sino que se forma para enfrentarse con situaciones indefinidas o no
estructuradas;
3) Estas situaciones se
entienden en términos de colapso, o bien de los órganos de control social, o
bien en la adecuación de la integración normativa, colapso debido a cambios
estructurales;
4) Las tensiones,
descontento, frustraciones y agresividad resultantes llevan al individuo a
participar en el comportamiento colectivo;
5) El comportamiento no
institucional-colectivo se desarrolla siguiendo un “ciclo de vida”, susceptible
de análisis causal, que de la acción espontánea de masas avanza a la formación
de opinión pública y movimientos sociales;
6) El surgimiento y
crecimiento de movimientos dentro de este ciclo se realiza mediante procesos de
comunicación toscos: contagios, rumores, reacciones circulares, difusión, etc.
Una variante de estas
corrientes es aquella basada en los modelos de privación relativa (relative
deprivation), en las cuales se ponía énfasis, desde una lectura
psicosociológica, en el proceso por el cual una sensación de frustración
provocaba una reacción hacía alguna forma de protesta. Es decir que los
“sentimientos de privación relativa” (es decir, y para decirlo en términos no
funcionalistas, sentimientos y conciencia de desigualdad entre los sectores,
clases o subclases sociales) surgidos a partir de una situación social o
económica desventajosa, conducían a la violencia política. (cfr, Gurr, 1970)
Estas corrientes van
entrando en declive y ante la serie de revueltas, conflictos, manifestaciones y
procesos de movilización social de los años sesenta, se comienza a cuestionar
fundamentalmente la idea del comportamiento desviado e irracional y la idea de
la aparición de movimientos sociales vistos exclusivamente como reacción a
desajustes estructurales. Así aparece una nueva caracterización de los
movimientos sociales como actores “racionales” que definen objetivos concretos
y estrategias racionalmente calculadas. Surge así en enfoque de la “elección
racional” (rational choice) de raíz fuertemente individualista, relegando así
cualquier intento de las corrientes anteriores por teorizar a partir de la
noción de colectivo (aunque esta noción tuviera una matriz claramente
funcionalista). Lo que explicaría la
acción colectiva sería pura y sencillamente el interés individual por conseguir
beneficios privados, motivando esto la participación política en grandes
grupos. Mancur Olson (1965) el principal mentor de esta corriente, elaboró un
modelo de interpretación por el cual para que los individuos participen en
acciones colectivos se tiene que dar la condición en la cual los “costos” de su
acción tienen que ser siempre menores que los “beneficios”, y es este cálculo
de costos y beneficios lo que le da el carácter de racional al comportamiento.
Aparece en este contexto el “problema del gorrón” (free-rider) por el cual, en
base a esta premisa individualista-egoista, cualquier sujeto que incluso coincida y racionalmente vea que
sus intereses son los del colectivo, puede tranquilamente no participar pues
obtendría igualmente los beneficios gracias a la participación de los demás.
Este modelo es claramente el que más descarnada y desprejuiciadamente se
yuxtapone con la estricta lógica liberal del “mercado”, utilizada para explicar
toda acción humana.
Posteriormente surge la
teoría de la “movilización de recursos” (resource mobilization), que es, por
mucho, aquella que ha cosechado la mayor parte de los adeptos y aquella que se
mantiene vigente hasta la actualidad. Aquí ya la preocupación no gira alrededor
exclusivamente del individuo egoísta sino alrededor de la “organización” y de
cómo los individuos reunidos en organizaciones sociales gestionan los recursos
de que disponen (recursos humanos, de conocimiento, económicos, etc.) para
alcanzar los objetivos propuestos. Ya no interesa tanto descubrir si existe o
no insatisfacción individual por cuanto se da por sentado su existencia, por lo
tanto, lo importante para este cuerpo teórico es ver como los movimientos
sociales se dan una organización capaz de movilizar y aunar esta insatisfacción
individual. Pero seamos claros, esta insatisfacción individual sigue siendo
vista en términos de desajustes del sistema social.
El énfasis en la gestión y
lo organizacional los lleva a definir un concepto clave, que es la figura del
“empresario movimientista” que es aquel sujeto individual o grupal que toma la
iniciativa, precisamente en la organización del movimiento. “Primero, el estudio de la agregación de
recursos (dinero y trabajo) es primordial para la comprensión de la actividad
de los movimientos sociales. Puesto que los recursos son necesarios para
involucrarse en un conflicto social, se deben agregar para propósitos
colectivos. Segundo, la agregación de recursos requiere alguna forma mínima de
organización y, por tanto, implícitamente o explícitamente, nos enfocamos más
directamente en las organizaciones de movimientos sociales que los que trabajan
dentro de la perspectiva tradicional. Tercero, en explicar los éxitos y
fracasos de un movimiento social, hay un reconocimiento explícito de la
importancia primordial de la participación de parte de los individuos y las
organizaciones del exterior de la colectividad que un movimiento social
representa. Cuarto, un modelo explícito de oferta y demanda, aunque sea tosco,
a veces se aplica al flujo de los recursos hacia y fuera de movimientos
sociales específicos. Finalmente, hay sensibilidad a la importancia de los
costos y beneficios en explicar la participación individual y organizacional en
la actividad de un movimiento social” (McCarty y Zald, 1977)
Volvamos a Cohen (1985)
para resumir los distintos principios comunes de los distintos teóricos de la
movilización de recursos:
“1) Hay que entender los
movimientos sociales a partir de un modelo conflictual de acción colectiva;
2) No hay diferencias
esenciales entre la acción colectiva institucional y no institucional;
3) Ambas entrañan
conflictos de interés intrínsecos a las relaciones de poder
institucionalizados;
4) La acción colectiva
involucra la búsqueda racional del propio interés por parte de grupos;
5) Objetivos y agravios
son resultados permanentes de las relaciones de poder y por tanto no pueden
explicar la formación de movimientos;
6) Esta depende, más bien,
de cambios en los recursos, la organización y las oportunidades para la acción
colectiva;
7) La movilización
involucra organizaciones formales burocráticas de gran escala y con propósitos
definidos.”
La teoría de la
movilización de recursos le otorga una prioridad muy alta al hecho de existir
agravios que generan reacciones por parte de los individuos junto a una
presencia previa (al agravio) de “grupos organizados con recursos” que puedan
canalizar la protesta. Craig Jenkins (1994) rescata el estudio sobre las
protestas en contra de la central nuclear de Three Mile Island, en el cual
creen descubrir que a pesar de los intentos de las organizaciones antinucleares
por movilizar a la población en contra de la central, no lograron tal objetivo
sino hasta después de que ocurriera el desastre (es decir, el agravio). El
apoyo posterior al desastre supuso la presencia de individuos políticamente
activos que pudieron ser movilizados gracias a la existencia previa de los
grupos organizados con recursos. En síntesis, la formación de los movimientos
se da gracias a “la organización, los recursos y las oportunidades de los
grupos”. Este argumento explicativo se lo puede ver también claramente cuando
se intenta explicar al movimiento por los derechos civiles de los años sesenta.
“Del mismo modo, el surgimiento del movimiento de los derechos civiles en los
años cincuenta partió de la urbanización de la población negra del Sur, de su
incorporación a las clases media y obrera, del aumento progresivo en la
matriculación de negros y negras en las universidades, y de la mayor
organización de las iglesias negras. Tales cambios liberaron a la población
negra de las formas tradicionales de control social de tipo paternalista,
aumentaron el nivel de organización y recursos de la población negra, y
colocaron al votante negro en una posición estratégica en el seno de la
política nacional” (Craig Jenkis, 1994; McAdam, 1982). Aparece también en este
contexto la categoría de “liberación cognitiva” que hace un más profundo
hincapié en las condiciones subjetivas. McAdam (1982) por ejemplo, uno de los
máximos referentes norteamericanos de la teoría de los nuevos movimientos
sociales, resalta este concepto como aquel que teniendo en cuenta las
desigualdades estructurales (es decir, en el plano de las condiciones
objetivas) que pueden o no ser constantes, lo importante es enfocar hacia la
percepción colectiva de la mutabilidad y la legitimidad que esas condiciones
tienen para los sujetos, variando seguramente todo el tiempo las
representaciones e interpretaciones de los actores. Lo fundamental entonces es
el observar las variaciones en las subjetividades en relación a las condiciones
estructurales que pueden ser constantes.
La preocupación
fundamental de todas estas teorías (junto con las europeas) enroladas en el
individualismo metodológico es entender la emergencia de un movimiento social y
su sustentación y consolidación en el tiempo. Las categorías de “oportunidad
política”, “construcción de redes”, “repertorios de acción” y “marcos
referenciales de la acción” son otras categorías también utilizadas para
explicar la aparición o existencia de condiciones propicias o favorables para
la emergencia de un movimiento social. Para Tarrow (1997), por ejemplo, es la
estructura de oportunidades políticas lo que explicaría el como y el cuando un
movimiento social puede aparecer. La receptividad a las demandas que existe en
un momento determinado en el sistema político y económico global también define
las condiciones de sustentación de un movimiento. En consecuencia, es la
respuesta a los cambios traídos por las nuevas oportunidades políticas lo que
explicaría la vigencia de un movimiento social. “Al hablar de estructura de las oportunidades
políticas me refiero a dimensiones congruentes –aunque no necesariamente
formales o permanentes- del entorno político que ofrecen incentivos para que la
gente participe en acciones colectivas al afectar a sus expectativas de éxito o
fracaso... El concepto de estructura de las oportunidades políticas nos ayuda a
comprender por qué los movimientos adquieren en ocasiones una sorprendente,
aunque transitoria, capacidad de presión contra las elites o autoridades y
luego la pierden rápidamente a pesar de todos sus esfuerzos. También ayuda a
comprender cómo se extiende la movilización a partir de personas con agravios
profundos y poderosos recursos a otras que viven circunstancias muy distintas”.
Lo que habitualmente se
entiende por ideología o posicionamiento político, y que a nuestro juicio es
central para estudiar la movilización social con miras a un cambio o
transformación de la sociedad, es conceptualizado por esta serie de autores
como “enmarcamiento” o “marcos de la acción colectiva”. Sidney Tarrow (1997) se refiere a esto
destacando los esquemas o sobre entendidos cognitivos que se vinculan con la
construcción de los sentidos de la acción, en donde la utilización de símbolos
constituye un hecho más que relevante para no solo la continuidad y el
mantenimiento del movimiento, sino incluso para su trascendencia.
Por último, la “escuela
particularista” considerada por muchos como una subvariante de la teoría de la
movilización de recursos, tiene a Charles Tilly como una de sus teóricos mas conocidos. Es un
enfoque histórico y socio-psicológico centrado en las motivaciones individuales
que hacen que los individuos participen en los movimientos sociales. Se
considera a los movimientos sociales yendo “de la organización a la
movilización” (Tilly,
1978), gestionando los recursos disponibles en relación a intereses
compartidos para llegar a la concreción de acciones efectivas dentro de una
estructura de oportunidades concretas. Concentra los esfuerzos en meticulosos
estudios de caso, por cuanto, y haciendo honor al nombre de la escuela, se
considera que la oportunidad para la acción colectiva está de acuerdo con las
circunstancias del contexto histórico y cultural. Es decir, que al esquema y
los supuestos básicos de la movilización de recursos, se lo enriquece
prestándole cierta atención al contexto histórico, pero siempre dentro de la
concepción del individualismo metodológico.
Se hace uso también de la
categoría “repertorio de acciones” (estrategias de lucha) a tono con este
contexto en donde lo importante es resaltar la interacción y el juego de
posiciones de los actores dentro de un sistema social. Lo que vale para este
autor son las “series de interacciones
entre los detentadores del poder y las personas que se declaran con éxito
portavoces de una base social. A lo largo de esta serie, los portavoces hacen
públicas sus demandas a favor de cambios en la distribución o el ejercicio del
poder y respaldan las demandas con manifestaciones públicas de apoyo” (op. cit.)[1].
Las críticas posibles a
esta corriente teórica son numerosas y se expondrán más abajo, pero vale aquí
destacar algunas de las más relevantes que ya han sido expuestas por otros
autores. Riechman y Buey (1996: 25), por ejemplo, realizan una interesante objeción
a la teoría de la movilización de recursos, respecto a que la mirada centrada
exclusivamente en la racionalidad estratégico-instrumental de la acción
colectiva no les permite escapar del problema del free-rider, por cuanto
presupone en última instancia el modelo olsoniano.
Dejemos hablar a los
críticos, “El concepto de
racionalidad como maximización del interés privado egoísta a partir de
preferencias dadas, presupuesto en el enfoque del rational choice, es demasiado
estrecho para elucidar todos los problemas con que se enfrenta una sociología
de los movimientos sociales. Ninguna lógica de intercambio cuasi-mercantil
según cálculos de coste-beneficio puede dar cuenta correctamente de la acción
colectiva en grupos en estado naciente y en busca de autonomía, identidad
colectiva y reconocimiento público. A un marco analítico que atienda
exclusivamente a la interacción estratégica se le escapan tanto las
orientaciones culturales como las dimensiones estructurales del conflicto, y
por tanto ignora dimensiones específicas de los movimientos sociales”
Está crítica es central al
enfoque y desnuda lo relativo y parcial que puede ser el abordar el estudio de
la movilización social a partir de los supuestos de la movilización de
recursos. Pero lamentablemente, lo que los críticos no hacen, porque además en
el resto de su libro no desdeñan analizar a los movimientos sociales en base a
esta teoría, es poner en evidencia que el problema que ellos marcan no solo
afecta a la teoría de la movilización de recursos, sino a todas las corrientes
de la sociología norteamericana clásica (y en parte también a las europeas)
basadas en variantes tardías de neo funcionalismo y ancladas explícitamente en
el individualismo metodológico.
El análisis costo
beneficio en base a la lógica individualista atraviesa a toda la sociología
clásica de los movimientos sociales desarrollada en los Estados Unidos y si
bien con la teoría de la movilización de recursos se logran superar los fuertes
prejuicios discriminatorios con que se miraban a los movimientos sociales antes
de los años ´60, su avance no traspasa las limitaciones del análisis que parte
de la cosificación
y la naturalización de las relaciones sociales. Y esto Riechman y Buey son,
lamentablemente, incapaces de notarlo.
Pero si es de destacar
otra crítica claramente central que lamentablemente solo es enunciada por estos
autores y que se refiere a la naturaleza “apolitica” del enfoque de
movilización de recursos. Es que, si bien este marco teórico abunda en las
formas que adopta la movilización, no se detiene en los contenidos de la misma,
por lo que es muy difícil, sino imposible abordar los proyectos colectivos, las
tendencias históricas, los desarrollos culturales y las ideologías y filosofías
políticas desde esta línea teórica. Sin dudas que es absolutamente cierta esta
crítica, pero nuevamente, esto abarca a la totalidad de las corrientes teóricas
clásicas desarrolladas en los Estados Unidos (y a todas las europeas también) y
además, esta segunda crítica es tanto consecuencia como fundamento de la
primera, por cuanto una lectura “mercantilista” conlleva a una mirada
“apolítica”. Es que mientras las relaciones sociales tal cual se han
desarrollado en un determinado momento de la historia sean vistas como
naturales, es lógico que la pregunta sobre lo político, que implica la pregunta
sobre el cambio social, este ausente.
En este sentido, Puricelli desarrolla una
más clara observación crítica respecto a la teoría de la movilización de
recursos, al referirse a la ausencia de una lectura sobre lo
ideológico-político en los movimientos sociales, al mismo tiempo que resalta la
visión “mercantilista” sobre los mismos. Ambos argumentos serán retomados más
abajo recalcando que estas críticas valen para el total de las teorías
analizadas. “La teoría de movilización
de recursos no se preocupa por considerar el contenido idealista y
contestatario de los movimientos sociales, por lo tanto no refleja su búsqueda
de un mundo mejor. De hecho, la concepción de recursos en ella es positivamente
positivista dado que esencialmente se limita a tiempo, dinero e individuos. Las
ideas se desenvuelven en un enfoque utilitario y exponen la importancia de
tareas estratégicas para lograr las metas, por ejemplo, contratar empleados,
vender su punto de vista a potenciales colaboradores, emplear la mercadotecnia
y competir con asociaciones voluntarias, políticas y religiosas para obtener
recursos del público. La alusión a la dinámica de una empresa dentro de un
mercado es deliberada. En este sentido, esta visión administrativa carece de
significado, puesto que no analiza la razón de ser de las luchas.
Definitivamente no aporta los porqués y cómos contextuales, y no considera el
descontento popular en relación con las estructuras socieconómicas” (Puricelli, 2005: 176)
La “Escuela Europea”
Los autores europeos,
parten mayoritariamente desde posiciones diferentes en base a su propia
tradición en la cual el funcionalismo más estricto nunca tuvo una gran cabida.
La preocupación fundamental radica en diferenciar los movimientos sociales post
´68 de los anteriores y es así que surgen las “teorías de los nuevos
movimientos sociales”. Touraine (1985, 1991), Offe (1985, 1996) y Melucci
(1994) son tres de sus representantes más conocidos. El énfasis en la figura de
“nuevo movimiento” lo relacionan con transformaciones fundamentales de las
sociedades industriales, siendo sus casos de estudio los movimientos
pacifistas, ecologistas, feministas, etc, que emergen con relativa fuerza en la Europa de los años
´60 y ´70. Mientras los “viejos” movimientos sociales, eran organizaciones
institucionalizadas centradas casi exclusivamente en los movimientos de la
clase obrera, los nuevos movimientos, por oposición, poseen organizaciones más
laxas y permeables. También se los llama “teóricos de la identidad” pues esta
categoría es clave en sus análisis. Así, mientras para la movilización de
recursos lo fundamental para definir un movimiento social es la forma de la
organización, para estos enfoques europeos, la cuestión de la identidad que se
construiría a partir del agregado de individuos en organizaciones sociales,
constituye el foco a dilucidar, siendo la identidad equivalente a la
organización, en cuanto son los conceptos clave por los cuales se explica un
movimiento social.
El concepto y la categoría
de “acción colectiva” son centrales para esta línea teórica también. El ya
mencionado Alberto Melucci, en una clara, aunque por el no explicitada,
interpretación weberiana, enfatiza la presencia de actores que construyen su
acción colectiva a partir de la interacción entre ellos y con diferentes
dimensiones que desde lo subjetivo definen el nosotros en término tanto de las
expectativas, como de los objetivos, los recursos disponibles y el contexto de la acción. En palabras del
propio Melucci (1994): “Los actores producen la acción colectiva porque son capaces de
definirse a sí mismos y de definir sus relaciones con el ambiente. La
definición que construyen los actores no es lineal, sino producida por la
interacción, la negociación y la oposición de diferentes orientaciones. Los
individuos contribuyen a la formación de un `nosotros´ (más o menos estable e
integrado dependiendo del tipo de acción) poniendo en común y ajustando al
menos, tres órdenes de orientaciones: las relacionadas con los fines de las
acciones (es decir, el sentido que la acción tiene para el actor); las
relacionadas con los medios (las posibilidades y límites de la acción); y
finalmente, las que conciernen a las relaciones con el ambiente (el ámbito en
el que una acción tiene lugar).” (pag. 158) [2]
Acción colectiva es
definida también en términos de una confrontación, pero una confrontación en
términos de lo simbólico y lo subjetivo, así acción colectiva “implica la
existencia de una lucha entre dos actores por la apropiación y orientación de
los valores sociales y los recursos”. Ningún cambio o transformación social
cualitativa o cuantitativamente importante está en juego en esta definición,
emparentándose así con el resto de las teorías basadas en el individualismo
metodológico. El conocido ejemplo de Elster (1993) sobre la noción de acción
colectiva, referido a las peripecias, ajustes y desajustes, negociaciones y
juegos de subjetividades de una pequeña población estadounidense que se propone
armar la bandera norteamericana a partir de portar cada uno de los habitantes
ropas de uno de los tres colores básicos de la misma, nos permite entender más
claramente cual es el punto de partida para el análisis de los movimientos
sociales. Este esquema de acción colectiva que sirve para interpretar el juego del
armado de una bandera humana, sirve también para la explicación de los
movimientos sociales de protesta (y serviría también para una infinidad de
casos en los cuales dos o más personas estén juntas, por lo que abiertamente
pierde cualquier especificidad para explicar o interpretar procesos de
movilización social). Melucci prosigue su argumento teórico y diferencia
entonces a la “acción basada en conflictos” del “movimiento social” teniendo en
cuenta el grado de enfrentamiento con las normas institucionalizadas. De aquí que exclusión es sinónimo de “quedar afuera” de lo
instituido por lo cual la respuesta sería la búsqueda de una “nueva identidad”
por parte de estos excluidos.
Como se dijo más arriba,
esta corriente teórica resalta el carácter de “nuevo” de los movimientos
sociales contemporáneos. Melucci parte de criticar a diferentes
interpretaciones de los movimientos sociales por su “reduccionismo político”
que serían aquellas que describen a los movimientos contemporáneos
genéricamente como “protesta” en cuanto limitan su mirada solo a las formas de
la acción colectiva que implican un enfrentamiento directo con la autoridad. La
consecuencia de este reduccionismo es dejar fuera otras dimensiones que son
justamente aquellas que identificarían a los nuevos movimientos. “(el reduccionismo político)… subestima las
dimensiones sociales y culturales de la acción colectiva contemporánea,
fundamentales en el caso de los `nuevos movimientos´. El resultado es `una
miopía de lo visible´ que centra su atención en los aspectos mensurables de la
acción colectiva (la confrontación con el sistema político y los efectos en
políticas concretas) e ignora la producción de nuevos códigos culturales, lo
que constituye la actividad sumergida de las redes contemporáneas de movimiento
y la condición para su acción visible.” (op. cit.: 165). [2].
Profundizando la visión
subjetivista de la acción colectiva, Melucci recurre finalmente a la categoría de “identidad” como
aquella que marcaría la especificidad de su lectura sobre la realidad. Y la
identidad está fuertemente relacionada con la noción de expectativas, pues es a
partir de la identidad del actor que el individuo puede definir sus
expectativas en tanto posibilidad de construir un accionar en relación con el
contexto. Es que para este autor, “… el concepto de expectativa es fundamental para analizar la
conexión entre un actor y su ambiente. La expectativa es una construcción de la
realidad social que permite al actor relacionarse con el mundo externo. Pero
¿sobre qué base se construyen las expectativas y cómo pueden ser comparadas con
la realidad? Mantengo que sólo si un actor puede percibir su consistencia y su
continuidad tendrá capacidad para construir su propio guión de la realidad
social y para comparar expectativas y realizaciones. De este modo, cualquier
teoría de la acción que introduzca el concepto de expectativa implica una
subyacente teoría de la identidad.” (op. cit.: 170)
Su interpretación
subjetivista y weberiana adopta toda su fuerza al momento de profundizar la
categoría de identidad, así, un movimiento social implica para Melucci un
proceso de interacción entre individuos con el objetivo fundamental de
encontrar un perfil identidario que les permita ubicarse en el juego de la
diversidad social. A partir de asumir una identidad es que el movimiento social
parecería que habría consumado su razón de ser. Es decir que al reduccionismo
político que Melucci denuncia, le responde con un “reduccionismo subjetivo”,
porque pareciera que más allá de la construcción de una identidad no quedará
mucho más por hacer, y por lo tanto tampoco para explicar. “Las expectativas se construyen y comparan con
una realidad (con la realización, pero también con la estructura de
oportunidad) sólo sobre la base de una definición negociada de la constitución
interna del actor y del ámbito de su acción. Que un actor elabore expectativas
y evalúe las posibilidades y límites de su acción implica una capacidad para
definirse a sí mismo y a su ambiente. Este proceso de `construcción´ de un sistema
de acción lo llamo identidad colectiva. La identidad colectiva es una
definición interactiva y compartida, producida por varios individuos y que
concierne a las orientaciones de acción y al ámbito de oportunidades y
restricciones en el que tiene lugar la acción: por `interactiva y compartida´
entiendo una definición que debe concebirse como un proceso, porque se
construye y negocia a través de la activación repetida de las relaciones que
unen a los individuos.” (op. cit.: 172)
Por su parte, Offe sitúa los
movimientos sociales contemporáneos dentro de un nuevo paradigma político
contrapuesto a un viejo paradigma político. Dentro de los del nuevo paradigma
sitúa a los ecologistas, los pro-derechos humanos, los feministas, los
movimientos pacifistas y aquellos por una producción y distribución alternativa
de bienes y servicios. Y todos estos se sustentarían en una serie de valores en
común como, “la autonomía y la identidad (con sus correlatos organizativos,
tales como la descentralización, el autogobierno y la autodependencia), en
oposición a la manipulación, el control, la dependencia, burocratización,
regulación, etc.” (Offe, 1995: 177). Estos nuevos movimientos se
caracterizarían por una clara limitación en cuanto a su estructura
organizacional, pues según Offe le faltarían varias propiedades de las
organizaciones formales, sobre todo por el hecho de que las decisiones de sus
representantes poseen escasa o nula vigencia interna, lo que no les permitiría
el cumplimiento de acuerdos derivados de las negociaciones políticas. Es por
esto que también afirma que estos nuevos movimientos sociales son incapaces de
negociar y definir compromisos, además de no querer hacerlo en muchos casos,
por cuanto se mueven a partir de una lógica basada en fuertes antinomias tales
como si/no, ellos/nosotros, lo deseable/lo intolerable, victoria/derrota,
ahora/nunca, etc. Estrechamente relacionado con esto está el hecho por el cual “los movimientos son también reacios a la
negociación porque atribuyen a menudo una prioridad tan alta y universal a sus
exigencias centrales que no tiene sentido el sacrificar una parte de ellas
(p.e., tratándose de cuestiones relacionadas con los valores de “supervivencia”
o de “identidad”) pues ello anularía la misma exigencia.”
La incapacidad por aceptar
negociaciones o la práctica de administrar renuncias a corto plazo a cambio de
logros a largo plazo, que implicaría una ausencia de racionalidad táctica se lo
atribuye Offe a una falta de claridad ideológico-política, es decir a la
ausencia de interpretaciones críticas de la realidad global a partir de las
cuales poder elaborar un proceso de cambio hacia un mundo deseable: “es también típica la falta de un armazón
coherente de principios ideológicos y de interpretaciones del mundo de la que
poder derivar la imagen de una estructura deseable de la sociedad y deducir los
pasos a dar para su transformación”.
Por ultimo, es importante
ver la diferenciación entre el viejo y el nuevo paradigma político según este
autor. Los actores del viejo paradigma serían grupos socioeconómicos actuando
como grupos en interés del grupo; mientras que para el nuevo paradigma serían
grupos socioeconómicos no actuando como tales, sino en nombre de colectividades
atribuidas. Los contenidos del viejo paradigma se relacionan con el crecimiento
económico y la distribución, la seguridad militar y social y el control social;
y para el nuevo, con el mantenimiento de la paz, el entorno, los derechos
humanos y las formas no alienadas de trabajo. Los valores se orientan hacia la
libertad y la seguridad en el consumo privado y el progreso material dentro del
viejo paradigma; y hacia la autonomía personal e identidad en oposición al
control centralizado, para el nuevo paradigma. Por último, en los modos de
actuar, para el viejo paradigma se daba una organización interna formalizada
con asociaciones representativas a gran escala y una intermediación pluralista
en lo externo unida a un corporativismo de intereses basado en la regla de la
mayoría junto a la competencia entre partidos políticos; en cambio, para el
nuevo paradigma, en lo interno se basa en la informalidad, la espontaneidad, el
bajo grado de diferenciación horizontal y vertical, y en lo externo, por una
política de protesta basada en exigencias formuladas en términos
predominantemente negativos.
Problemas
y falencias del individualismo metodológico y de las teorías de la acción
colectiva
El renovado léxico y las
renovadas categorías de análisis utilizadas en los marcos teóricos dominantes
merecen entonces una particular atención, para poder comenzar a desentrañar los
supuestos sobre los que se construyen estas interpretaciones. Pasemos entonces
a analizar en forma más detallada las preocupaciones básicas, los
posicionamientos ideológicos y algunos problemas de interpretación existentes
en estos marcos teóricos dominantes.
Origen y porqué de los
Movimientos Sociales
La pregunta principal que
subyace a todos estos investigadores enrolados en el individualismo
metodológico es ¿Porque y Como Aparecen los Movimientos Sociales? La respuesta,
por ejemplo en Tarrow, gira siempre alrededor de las “cuestiones
organizacionales y el entorno de oportunidades”. Pero lo importante a resaltar
aquí no es tanto que tipo de respuestas se dan sino la preocupación que
presupone el tipo de pregunta. El interesarles tanto el “Porque” y el “Como”
implica que parten de un escenario en donde la calma y las relaciones armónicas
entre los sujetos es la regla, es decir en donde el proceso de cambio y
transformación social significaría un problema (una fricción dentro del proceso
funcional de la modernización), por esto, todo movimiento social implicaría
algún grado de tensión y conflicto que rompe con el equilibrio en la sociedad y
que por lo tanto es necesario explicar. El movimiento social es una fuerza
disruptiva, en cierta medida anormal (aunque es cierto que no tan anormal como
para considerarlo un caso anómico
como sí se los veía originalmente desde el collective behaviour); y es por esto que es tan importante el descubrir el origen y
las motivaciones que hacen que aparezca. Así las explicaciones van desde la
irracionalidad de los sujetos (Collective Behaviour, Blumer), los efectos
provocados por el desarrollo desigual de los subsistemas (Parsons), los
procesos de privación relativa individual (Relative Deprivation), o de elección
racional (Olson), o la disponibilidad de recursos organizativos y la existencia de oportunidades políticas
(Movilización de Recursos). Los marcos teóricos europeos en cambio, desde la
lógica de la “acción subjetiva” consideran más normal las disputas y
conflictos, pero siempre como un juego natural de intereses individuales, en un contexto social
que esencialmente es estable, aunque lo que si varían son las individualidades
y las relaciones inter-individuales (estabilidad por lo menos en términos de no
someterse a grandes cambios, no a cambios sistémicos). En la mayor parte de los
casos, la respuesta gira alrededor de la reacción frente a algún “agravio” más
o menos puntual, anulando así cualquier acción basada en un proyecto
socio-político de transformación social. Es decir, todas estas corrientes
teóricas intentan encontrar argumentos explicativos que puedan dar cuenta de la
emergencia de los movimientos sociales y del porque aparecen intentos de cambio
social, y podríamos decir que mayoritariamente aquí se termina su trabajo, lo
importante es como –es decir, gracias a que- y porque surgen y como y porque se
mantienen en el tiempo. Si en cambio partiéramos del supuesto de que el proceso
histórico se construye a partir de los conflictos, antagonismos, y relaciones
contradictorias entre los sujetos, clases o subclases, es decir de procesos de
movilización y cambio social, la pregunta del porque surgen los movimientos
sociales no sería tan importante, porque la historia misma es la historia de la
movilización y de los conflictos sociales. En cambio, lo que si importaría son
las direcciones y caminos del cambio social que intentan imprimir los
movimientos sociales y la capacidad, las estrategias y el grado y la voluntad
de estos para efectivamente transformar las reglas de juego dominantes.
El Cambio Social
El punto anterior ya nos
ha adelantado la tónica respecto a la cuestión del cambio social, entendiendo
por cambio social al gradiente de posibilidades por cambiar, tanto en su
esencia las reglas de juego dominantes o también solo parcialmente alguno de
sus aspectos. Vale esta aclaración para evitar cualquier confusión con la
noción evolucionista-funcionalista de cambio entendida como la
adaptación-evolución del sistema (mercado + democracia liberal) en pos de
consolidar sus propias metas.
Sin negar la importancia
relativa de las diferentes condiciones y procesos que desde las teorías
norteamericanas y europeas se postulan como promoviendo la organización de
movimientos sociales, es dable observar que las teorías pos-estructuralistas y
derivadas del individualismo metodológico (particularmente la teoría de la
movilización de recursos) no le asignan ninguna importancia al hecho de la
existencia de un deseo en individuos y grupos sociales por cambiar o
transformar la sociedad que vaya más allá de reacciones puntuales a agravios
puntuales. Por esto es fundamental poder combinar la totalidad de motivaciones
que llevan a los individuos a congregarse en movimientos sociales, de esta
manera, las reacciones a agravios puntuales podrán tener una relativa presencia
en muchos casos pero seguramente será insuficiente para explicar las reiteradas
formas de movilización social a todo lo largo de los últimos dos siglos con
perspectivas diversas y muchas de ellas con algún grado de estrategia
antisistémica. La ambición de cambio en las clases y grupos sociales puede
rastreársela a lo largo de toda la historia, pero constituye sin lugar a dudas
un pilar fundamental de los principios modernos sobre los cuales se rigen todas
las sociedades contemporáneas alcanzadas por el desarrollo urbanoindustrial-capitalista.
Sin lugar a dudas que la
presencia de los agravios y de los grupos y condiciones que permiten la
organización de los recursos generan condiciones favorables para la
movilización social, pero sin la presencia de alguna premisa de cambio social
(es decir de la necesidad de sustituir determinadas condiciones de existencia
de desigualdad y explotación por otras más igualitarias), difícilmente se
hubieran generado tanto los movimientos antinucleares (ya sea el previo o el
posterior al desastre) como los movimientos por los derechos civiles, como los
movimientos estudiantiles, como los actuales movimientos campesinos, de
desocupados o barriales.
O sea, los agravios y la
organización de los recursos pueden facilitar la emergencia de movimientos
sociales pero difícilmente por si solos puedan generar estos movimientos sin
existir un deseo (con un menor o mayor desarrollo de una conciencia de clase) y
una necesidad por alterar el status quo, aunque más no sea en algunos de sus
aspectos. Así, el individualismo metodológico en general y la teoría de la
movilización de recursos en particular más que lograr explicar la formación de
los movimientos sociales, pueden aportar elementos que ayuden a explicar la
conformación de condiciones que facilitan el desarrollo de un movimiento pero
que difícilmente por si solas puedan promoverlos. Por su parte, la teoría de la
acción de origen europeo, mucho más cercana al relativismo y la apatía
posmoderna, ubica el accionar de los movimientos sociales dentro de un
vastísimo espectro de acciones colectivas, con lo cual, ya desde el principio
desdibuja la potencialidad de cambio que podría existir en cada movimiento
social, por cuanto acción colectiva de ninguna manera es sinónimo de cambio
sino sencillamente de agregación de sujetos.
Melucci va incluso más
allá (acusando de “reduccionistas políticos” a cualquier intento no coincidente
con sus postulados subjetivistas pos-estructuralistas), restándole precisamente
importancia a las relaciones de poder y a los proyectos de sociedad enfrentados
que soportan desde su base a todo proceso de movilización social. Es que su
interpretación basada en un fuerte relativismo
individualista y fenoménico, inhabilita cualquier posibilidad de lectura
sobre el cambio social, al negar ingerencia a toda condición estructural.
Finalmente, existe una fuerte tendencia en la mayoría de estas teorías por
identificar movimiento social con sólo satisfacción de expectativas, en tanto
relaciones del sujeto con su mundo externo a través de la búsqueda de una
identidad que el actor lograría encontrar gracias a la interacción y la
negociación colectiva. Esta laxitud
en la definición de una categoría permite aplicar el concepto de acción
colectiva y movimiento social a casi cualquier contexto donde dos o más sujetos
entablen algún tipo de relación, lo que claramente determina una estrategia de
inhibición y ocultamiento de cualquier acción en pos de un cambio social.
Ideología y Política
La imposibilidad de
visualizar la presencia en una sociedad de la necesidad de cambio social está
presuponiendo la incapacidad posmoderna por admitir que la esfera ideológicapolítica-conceptual
que acompaña dialécticamente a una determinada configuración del proceso
histórico no constituye un componente esencial para explicar todos los
fenómenos incluidos los de movilización social. Es decir que los elementos
super estructurales son negados (por cuanto es negada la interacción dialéctica
estructura-superestructura) pues subyace a todas estas teorías el esquemático
materialismo funcionalista por un lado, aquel que deriva de cosificar
(Durkheim) la realidad social y quitarle a su vez todo dinamismo que no sea
aquel propio del funcionamiento de un sistema cerrado y en equilibrio; y la
apatía posmoderna por otro, en la cual se niega toda posibilidad de cambio,
pues la ideología “ha muerto”, y mucho más la política en su sentido radical.
La naturalización (como manifestación de la cosificación de lo social) de la
realidad social (tesis compartida por funcionalistas y posmodernos) está en los
supuestos, pues no admitir la posibilidad de un cambio presupone admitir una
sociedad estable que no admite otras variantes
A pesar que el accionar
básico de cualquier movimiento social se construye siempre a partir de demandas
político-sociales que tienen que ver con alguna clase de cambio, es decir, que
la esfera ideológico-política es central a la constitución del movimiento; no
constituye, sin embargo, un eje fundamental del análisis en el grupo de teorías
clásicas.
Por ejemplo, Offe, que
sitúa incluso a los movimientos sociales contemporáneos dentro de un nuevo
paradigma político, afirma explícitamente la desaparición de la esfera
ideológica al caracterizar que “es también típica la falta de un armazón coherente de principios
ideológicos y de interpretaciones del mundo de la que poder derivar la imagen
de una estructura deseable de la sociedad y deducir los pasos a dar para su
transformación”. Que muchos de los
movimientos sociales contemporáneos no tengan un armazón ideológico estructural
al estilo de los grandes planteamientos políticos del siglo XX (y esto solo
para el caso europeo, pues los movimientos latinoamericanos basan su accionar
en un fuerte sostén político-ideológico) no quiere decir que no tengan una
teoría acerca del mundo.
Vale tomar los ejemplos de
movimientos que Offe menciona para darse cuenta fácilmente de la debilidad de
este planteo. Los ecologistas por ejemplo hace ya largas décadas que vienen
construyendo una teoría política-ideológica (incluso científica) alternativa
que sustente su estrategia de cambio social; lo mismo para el movimiento
feminista así como para los movimientos por los derechos humanos y la
pacifistas. Negar a todos estos movimientos el poseer una teoría, o principios
ideológicos o interpretaciones del mundo solo puede entenderse en el marco de
un análisis posmoderno en donde precisamente la discusión y debate sobre el
cambio social no constituye un punto central del esquema de abordaje.
Vale también otra
afirmación de Offe como ejemplo al definirla nuevamente como una limitación
estructural de los movimientos sociales: “los movimientos son también reacios a la negociación porque
atribuyen a menudo una prioridad tan alta y universal a sus exigencias
centrales que no tiene sentido el sacrificar una parte de ellas (p.e.,
tratándose de cuestiones relacionadas con los valores de “supervivencia” o de
“identidad”) pues ello anularía la misma exigencia.”
Si se pusiera la mirada en
los principios político-ideológicos del cambio y la transformación social, se
podría entender muy fácilmente esta actitud de muchos movimientos sociales,
pues justamente nos está hablando que su propuesta de cambio social que se asienta en la puja o la lucha entre
concepciones del mundo y entre grupos y sectores sociales, no admite
negociaciones que solo llevarían a la desmovilización y a la victoria del
contendiente lo que implicaría que se esfume la esperanza en una transformación
social. Esta caracterización de Offe también nos sirve para ver la debilidad de
la categoría “nuevo paradigma” pues al incluir la dimensión del cambio social,
vemos que esta negativa a la negociación no es privativa de los movimientos
sociales contemporáneos sino que es una estrategia política esencial de los
movimientos antisistema modernos.
Nuevos Movimientos Sociales como opuesto a Viejos Movimientos
Sociales
En el proceso histórico
social siempre hay novedades, es decir siempre aparecen estructuras,
organizaciones y subjetividades nuevas, esto es justamente lo que identifica al
proceso dialéctico de la historia. Pero al identificar las teóricas
sociológicas neo-funcionalistas y pos-estructuralistas de los movimientos
sociales a los nuevos como algo que emerge por primera vez y que se separa de los viejos, se está promoviendo una
inmovilización del proceso histórico, y creando categorías y caracterizando
conjuntos sociales que no tendrían ningún anclaje en la historia. Esto equivale
a negar la dinámica procesual, ya que lo nuevo sería un emergente sin conexión
con lo viejo; lo viejo habría desaparecido apareciendo lo nuevo sin solución de
continuidad entre ambos.
Se estaría creando una
artificiosa visión dicotómica: antes solo existía lo viejo y ahora solo existe
lo nuevo y entre ambos hay un corte, casi un abismo. Es decir, estaríamos
frente a un fin de época, tal como sostiene el posmodernismo.
Tenemos entonces una
cosificación estática de la realidad social, incapaz de identificar los
permanentes, constantes y “estructurales” procesos de cambio y transformación
de la realidad social, que lleva indefectiblemente a identificar lo nuevo como
separado y totalmente diferente de lo viejo, y por supuesto descontextualizado
del proceso histórico. No olvidemos que las tesis fundamentales del pensamiento
posmoderno se basan, precisamente, en el fin de la historia y la muerte de las
ideologías, supuestos claves a la hora de categorizar ahistóricamente las
movilizaciones contemporáneas. Si asumimos en cambio, que el proceso histórico
es por definición un proceso en transformación, entonces todo el tiempo aparecerán
formas “nuevas” que a su vez se volverán viejas a su debido tiempo para volver
a aparecer otras nuevas formas.
Así, en las sociedades
basadas en el trabajo industrial asalariado clásico en donde la forma salario
constituía una relación social de producción dominante, era dialécticamente
esperable que el movimiento social por antonomasia fuera el movimiento obrero
al ser uno de los sujetos fundamentales de la contradicción social; en cambio
al modificarse la forma de esta sociedad industrial y al modificarse las
relaciones sociales en el mundo del trabajo y aparecer nuevos espacios de
socialización, es esperable también que aparezcan nuevos sujetos acordes a
estos nuevos ámbitos. De esta manera, lo que se llama “nuevos movimientos
sociales” son sujetos que darían cuenta justamente de los nuevos ámbitos de la
contradicción.
El movimiento obrero no
desapareció, ni mucho menos, solo que ahora ya no es el movimiento predominante
y junto a él emergieron nuevos sujetos dada las nuevas formas de la
contradicción. Pero lo que no cambia sustancialmente es la base estructural de
las relaciones de explotación y dominación de toda sociedad capitalista, aunque
hayan cambiado las formas que adopta el proceso de explotación. Por lo tanto,
tanto los “nuevos” como los “viejos” movimientos sociales expresan los procesos
de lucha en el marco de esta contradicción entre sujetos o clases sociales.
Así, es lícito hablar de nuevos, porque sin duda existen formas que antes no
existían, pero solo si se los pone en un contexto de un proceso dialéctico de
transformación de la sociedad en donde lo nuevo es el dato permanente y no la
novedad única como expresión de una ruptura o un corte en la realidad.
Resumiendo:
individualismo, mercado y equilibrio funcional
Las renovadas
conceptualizaciones explicadas más arriba, ponen el énfasis entonces, en la
satisfacción de las necesidades o expectativas de un sujeto social y que según
si estas expectativas sean o no cumplidas este sujeto social reaccionará en
consecuencia. “La génesis de la
inversión parte del descontento generalizado y su presencia siempre implica la aparición de percepciones
e ideas nuevas que tienen impactos sobre la acción colectiva. El paso del
descontento a la movilización (Skopcol) en cierta medida está vinculado al
proceso de formación del descontento y de gestación de nuevas formas de
legitimidad y orden vinculados a lo colectivo.
La gestación de una conciencia de la vulnerabilidad y la ilegitimidad
forman parte del abandono del conformismo o la resignación y el paso a una
voluntad de cambio o acción transformadora.
Este proceso ha sido caracterizado por algunos autores como `liberación
cognitiva´ (McAdam) por el cual acontecimientos y eventos son trabajados y
sirven de base para resignificar el sentido de procesos sociales generales y
poner en cuestión la propia situación frente a ellos. El enmarcamiento crítico
de experiencias o acontecimientos pueden llevar a pensar que las cosas podrían
ser de otra manera. Estos procesos son muy importantes para explicar las
características de la movilización. Grupos que comparten experiencias en
contextos críticos o que están en el centro de los procesos pero no logran
beneficiarse de los cambios como esperaban son los motores de activación de
procesos de masas (Munck). En este sentido los procesos por los que atraviesan
los sectores medios y los trabajadores desocupados constituyen focos de
atención superlativamente interesantes” (Gomez, 2002:31).
Un acto de elección
racional (similar al que explica las decisiones de los agentes en un mercado)
es lo que mueve a los individuos a reaccionar frente a cambios del sistema.
Mientras el individuo se encuentre satisfecho, el conjunto social seguirá su
curso “normal”; en cuanto comience el “descontento”, es probable, que se
empiecen a “gestar nuevas formas de legitimidad y orden vinculadas a lo
colectivo”. La manera que se expresa este descontento, es a través de un “acto
de protesta”, que habla a su vez, de una “elección racional” previa, en el
sentido de que el individuo reacciona frente a anormalidades del conjunto
social. De lo que se trata, sencillamente, es de darse cuenta que ciertas cosas
no funcionan del todo bien – lo que genera una situación de desequilibrio
social- y para salvar esto es necesario una organización colectiva (movimiento
social) que a través de la protesta (acto de elección racional) pueda construir
nuevas legitimidades (identidad) en base a una organización que evalúe costos y
beneficios (movilización de recursos) y reconstituir así el orden. La
caracterización clásica del funcionalismo basado en el equilibrio social que
surge de la complementación de funciones que desarrollan sujetos diversos
(léase, por ejemplo capitalista y obrero) en un sistema social constituye
entonces una base teórica fundamental sobre la que se construyen buena parte de
estas variantes que intentan explicar la movilización social en la sociedad
contemporánea.
Hace décadas, el
funcionalismo clásico ya lo planteaba en estos términos. Retomando algunos de
estos postulados se hará más evidente la matriz sistémica funcional presente en
las teorías del individualismo metodológico. Samuel N. Eisenstadt, uno de los más prominentes teóricos de esta
corriente nos ilustra explícitamente sobre el papel de los movimientos sociales
en la sociedad contemporánea en su explicación relativa a los procesos de
modernización (Eisenstadt, 2001[1966]).
Luego de reiterar la
clásica fórmula sobre la creación de “un sistema de status de gran fluidez y ambigüedad” en las sociedades modernas, reconociendo la
inseguridad que esto genera en la organización social, “por los cambios continuos y la
diferenciación estructural” que llevan al conflicto político, se remite, lógicamente a los
mecanismos de reconstitución del orden que la propia sociedad posee a partir de
la participación de grupos, subgrupos y
estratos sociales. “El hecho de que la
modernización determine cambios continuos en todas las grandes esferas de una
sociedad significa, por fuerza, que abarca procesos de desorganización y
dislocación, y que surgen constantemente problemas sociales, rupturas y
conflictos entre los diversos grupos y movimientos de protesta y resistencia al
cambio. La desorganización y la dislocación constituyen así una parte
fundamental de la modernización, y todas las sociedades modernas y en
modernización tienen que afrontarlas. Estos procesos muestran dos aspectos
íntimamente relacionados: el de la desorganización propiamente dicha de las
pautas de vida existentes en los diversos grupos, y el de la creciente
interconexión entre grupos diferentes que experimentan esos procesos, su
aglutinamiento en marcos comunes y sus choques mutuos y recíprocos.” (op. cit.: 41)
Estos procesos de
desorganización y la mutua interrelación entre grupos y estratos plantean,
según Eisenstadt problemas muy graves a las instituciones y estructuras
sociales modernas. Es así como surgen los <problemas sociales>
(Eisenstadt, 1964) considerados como “derrumbes y desviaciones del comportamiento social que afectan a
una cantidad considerable de gente, y causan una viva inquietud a muchos
miembros de la sociedad donde acontecen”. Estos problemas sociales incluyen aquellos relativos al ciclo
vital, a la definición de los papeles sexuales -combinados ambos en el ámbito
de la familia y el parentesco-, a la organización de la comunidad, de las
actividades laborales y de los momentos de esparcimiento.
Estos problemas sociales
tienen manifestaciones concretas diferentes aunque a menudo se superponen. Una
de estas maneras es la actitud individual a rehusarse a desempeñar roles
sociales importantes o a comprometerse con ellos. Suicidio, vagancia y diversos
tipos de enfermedad orgánica
o mental serían
expresiones de esto. La actividad delictiva, por su parte, es interpretada como
la forma más típica de desviación y quebranto de las normas sociales.
Pero además de estas
manifestaciones específicas en el plano del comportamiento, podemos encontrar
como los problemas sociales se manifiestan en “sentimientos más generales de insatisfacción, de intranquilidad,
de anomia o impotencia, de alineamiento del individuo o de los grupos respecto
de una comunidad más amplia o de la sociedad, del orden político o de los
gobernantes…” (Eisenstadt, 2001: 47).
Estos sentimientos de insatisfacción implican rupturas ocurridas en el plano
del consenso y de la integración, lo que lleva muchas veces al agrupamiento,
alrededor y a partir de estos quiebres en la cohesión social de “ciertos tipos de formación del disentimiento,
que van desde los tipos más efímeros de pánico, estallidos del populacho, etc.,
hasta los de subcultura y anticultura, continuos y más plenamente
cristalizados” (op. cit.: 48)
Pero fundamentalmente
estos sentimientos de insatisfacción pueden materializarse en demandas y el
campo político es el ámbito en el cual se expresan los procesos de mediación y
articulación de las exigencias y demandas. Así, las diversas organizaciones
serán sujetos encargados de viabilizar estas articulaciones: “Entre los tipos específicos de organización
que sirven para articular las demandas políticas tienen importancia especial
los grupos de interés, los movimientos sociales y la <opinión pública>, y
los partidos políticos” (op. cit.:29)
Es muy interesante la diferenciación
que Eisenstadt realiza internamente a los movimientos sociales, reconociendo
explícitamente la existencia de organizaciones que proponen un cambio más
profundo, pero veamos en que términos. “Podemos distinguir diversos tipos. Uno es el movimiento
relativamente restringido, orientado hacia el logro de algún objetivo
específico general que no se relaciona directamente con un interés concreto de
grupo articulado alguno, sino que representa la aplicación de algunos
principios amplios de justicia, tales como los movimientos contra la pena
capital, en favor de mejoras a grandes grupos de desposeídos o a categorías de
personas (madres solteras, delincuentes, etc.) o la abolición de la esclavitud,
etc. El segundo tipo es el movimiento reformador, que aspira a algunos cambios
en las instituciones políticas capitales, tales como la extensión del sufragio
a algún grupo. Estos dos tipos de movimientos constituyen a menudo ingredientes
importantes de la opinión pública. El tercer tipo de movimiento social, que es
el más extremo y específico, es el ideológico totalista, que con frecuencia
aspira al desarrollo de alguna nueva sociedad o política en su totalidad.
Procura difundir valores o metas inclusivas y difusas dentro de una estructura
institucional dada o transformar la estructura de acuerdo con aquellos
objetivos y valores. Con frecuencia tiene una orientación predominantemente
<futura> y tiende a describir lo futuro como muy diferente de lo
presente, y a luchar por la realización de ese cambio. Muy a menudo contiene
algunos elementos apocalípticos y semimesiánicos y tiende, por lo común, a
requerir obediencia y lealtad totales por parte de sus miembros, y a establecer
distingos categóricos entre amigos y enemigos” (op. cit: 30-31)
Amen, de los absolutamente
reiterados prejuicios ideológicos típicos de la sociología clásica hacia todo
elemento desestabilizador del sistema (con epítetos que no por casualidad son
los mismos con los que siempre se identificó a las organizaciones antisistema,
tanto en la academia como en la política dominante: apocalípticos,
semimesiánicos, obediencia y lealtad totales…) es importante resaltar la
identificación de alguna dimensión política de los movimientos sociales y hasta
un parcial reconocimiento a la existencia de grupos, con diferencias graduales,
en pos de un proceso de cambio. Componentes estos que tiene escasa o nula
presencia en las teorías sobre movimientos sociales que venimos analizando.
Pero esta relativa
dimensión política es puesta en su lugar cuando tanto alrededor de roles en la
economía y otros definidos por las cualidades primordiales del sexo y la edad,
los movimientos sociales son nuevamente definidos como manifestaciones de la
insatisfacción y como integraciones de disentimiento. “Hubo corrientes que intentaron modificar esos
aspectos de la sociedad más amplia, que se refieren a los roles en cuestión. La
clase obrera y la actividad socialista, por una parte, y los movimientos por
los derechos de la mujer, del niño y de la juventud, por la otra, fueron dos
reacciones importantes del proceso de modernización. Son, desde luego, los
rasgos de toda sociedad en cierta etapa de la modernización” (op. cit.: 48)
La última afirmación deja
claramente en evidencia, como los procesos de protesta y de movilización social
son interpretados por la sociología funcionalista como ajustes normales a los
roces y conflictos que se generan por la propia dinámica evolutiva de cualquier
proceso de modernización. La protesta y el movimiento social son internos al
sistema y ayudan a su perfección y consolidación. Es decir, no existe una
consideración alrededor de una posibilidad de ruptura antisistémica, porque
sencillamente el cuerpo teórico de la modernización concibe a la sociedad moderna,
capitalista, industrial y urbana como el tope a alcanzar en el proceso de
desarrollo de la sociedad. Los movimientos sociales expresan llamadas de
atención ante quiebres en la cohesión y constituyen así uno de los tantos
mecanismos de ajuste del sistema.
Volviendo a las teorías
actuales sobre movimientos sociales, encontramos que junto con esto, a los supuestos derivados de
las presunciones más individualistas y subjetivistas de las teorías de la
interpretación que hacen hincapié en la “identidad”. Se logra así una amalgama
que enfatiza la acción social subjetiva e individual en un contexto de
equilibrio entre “actores sociales”. Ante desviaciones del equilibrio, lo
subjetivo reacciona, protesta y se organiza, poniendo algunas corrientes
teóricas el acento en la reconstrucción colectiva de la identidad, y otras en
la acción colectiva que permita restablecer el equilibrio. Así, acción
colectiva, movimiento social, identidad y racionalidad estratégica son las
claves explicativas; “…la acción colectiva es
el resultado de la asociación de individuos con intereses comunes que
desarrollan estrategias colectivas como alternativa racionalmente calculable,
para optimizar en circunstancias ocasionales y bien delimitadas, las
probabilidades de éxito en la satisfacción de sus preferencias” (Schuster, 2005:46).
Aparecen infinidad de
términos técnicos nuevos, como repetida manifestación del sociologismo, que
servirían para el desmenuzamiento intelectual de los actores y las acciones,
tales como “inversión”, “liberación cognitiva”, “enmarcamiento”, “repertorio de
acciones”, “fuerza ilocucionaria”,
“visibilidad”, “ciclos de protesta”, “repertorio de confrontación”, “acción
colectiva modular”, “redes del movimiento”, “acto de habla”, “oportunidades
políticas”, “ipseidad”,
“estructuras de movilización”, etc. En estrecha correlación con esto, se denota
también una especial preocupación por la construcción de “especies
sociológicas” (fragmentos sociales), de unidades sociales diferenciadas que
permitan su identificación (y estudio) dentro del conjunto del sistema social,
negando de esta manera la complejidad de la historia como proceso en tanto
sumatoria de conflictos y transformaciones.
Aparecen entonces los
intereses fragmentados por las asambleas, las fábricas recuperadas o los
piqueteros, dejando de lado que todos estos representan manifestaciones de la
profunda crisis y del renovado proceso de avance del capital por sobre el
trabajo. “Históricamente, la
emergencia y el desarrollo de un movimiento social de desocupados no ha
aparecido como algo necesario ni evidente, ni mucho menos sostenido en el
tiempo. La literatura sociológica ha insistido, más bien, en el conjunto
de dificultades, tanto de carácter
objetivo como subjetivo, que atraviesa la acción de los desocupados y que
impide que éstos se conviertan en un verdadero actor colectivo… Así, las
preguntas que atraviesan este libro reenvían tanto a la problemática de la
diversidad realmente existente como a la constatación efectiva de un conjunto
de repertorios y elementos comunes que han ido configurando un espacio
específicamente piquetero” (Svampa y Pereyra, 2003:11). Es la propia contradicción
capital/trabajo (y la categoría de clase), aquella que es abandonada en nombre
de lo “nuevo”. “En los momentos en que
los estudios de los nuevos movimientos se abrían paso fue necesario marcar las
diferencias de las nuevas resistencias con el viejo conflicto de tipo
estructural `capital/trabajo´. Se hablaba del registro de nuevas formas de
subordinación que rompían con la idea de identidades plenas como las de clase.
Los nuevos conceptos de `acción colectiva´, `protesta´ registran nuevos
conflictos que no refieren al espacio de clase” (Giarraca, 2006).
Pero, lo que (deliberada o
ingenuamente) no aparece son los clásicos términos y categorías que
denotan los procesos de explotación, de subsunción, de desigualdad y
de injusticia social que podrían explicar mucho más fácilmente las luchas
cotidianas entre clases, subclases y/o sectores sociales, es decir el conflicto
social entendido no como un desequilibrio del sistema o de la identidad
individual, sino como la expresión de la resistencia ante la dominación social.
Por lo tanto, podemos observar como las renovadas
conceptualizaciones contrastan marcadamente con el interés de los años ´60 y
´70 en los procesos revolucionarios, el cambio social, Vietnam, Cuba y otros
procesos de liberación nacional y social, el Mayo Francés del ´68 y otras
revueltas del ´68 a nivel mundial, el Cordobazo, etc., temáticas todas que
tenía una fuerte influencia en la agenda de la investigación social.
Pero a partir del Consenso de Washington, el neoliberalismo, la
caída del Muro de Berlín, la imposición del posmodernismo (y su fin de la
historia y muerte de las ideologías) etc., todos esas grandes líneas del
pensamiento, junto a sus categorías de análisis, sucumben o quedan en lugares
absolutamente marginales: “…los sujetos colectivos fijos (las clases sociales, las naciones,
los pueblos, etc.) estallaron en un número aparentemente ilimitado de fragmentos
que, como las partículas subatómicas, desaparecían cuando se trataba de
fijarlos o, incluso, volvían a estallar en multitud de nuevos fragmentos, se
cruzaban o se reordenaban en figuras nuevas, desconocidas, impredecibles. Lo
que J. Nun llamó `la rebelión del coro´ caracteriza un tránsito no sólo real
sino –para nuestro entender-conceptual, teórico, epistemológico, que nos lleva
de los años setenta a los noventa” (Naishtat, F y F. Schuster, 2005:10).
Consideraciones
finales
En base a lo expresado
hasta aquí, podemos afirmar que con las visiones neo-funcionalistas y
pos-estructuralistas se corre el peligro de un proceso de naturalización de las
relaciones sociales tal cual están establecidas bajo los parámetros dominantes.
El énfasis en la organización, los recursos, la ruptura del orden y la
identidad deja de lado el conflicto por el poder y el cambio social. Esto anula
toda posibilidad de preguntarse por la existencia o no de un proceso de lucha y
movilización anti-sistémico, tendencia reforzada por la antes mencionada
naturalización del status-quo. Es que toda rama del conocimiento está
atravesada por alguna clase de posicionamiento político-ideológico. Así, si se reconoce a la sociedad vigente
como válida, no es necesario preguntarse por la necesidad de un cambio, y por
lo tanto, tampoco por la existencia o no de algún objetivo de cambio en los
procesos de movilización social. De aquí, la preocupación por parte de las
teorías dominantes en aspectos (existentes, por cierto) pero secundarios y
accesorios a la hora de explicar un proceso de movilización. Es entonces cuando
el árbol no deja ver el bosque: si solo se es capaz de captar las
manifestaciones superficiales y visibles de los procesos de movilización
social, será muy difícil desentrañar la trama más profunda que estructura los
conflictos.
Teniendo en cuenta estos
antecedentes y la ruptura en la forma de conceptuar los movimientos sociales
ocurrida en los años ochenta mencionada más arriba, es de fundamental
importancia enfatizar el análisis en base a los aspectos que tienen que ver
primordialmente con el cambio y la transformación social, los enfrentamientos
entre sectores y/o clases sociales, y las perspectivas anti-sistémicas[3]
de los movimientos en su lucha por un modelo de sociedad diferente; perspectiva
que facilita además el dejar de mirar a los movimientos sociales “desde afuera”
interrogándose también sobre el lugar de la universidad y del sistema
científico en los conflictos sociales. Esto no implica necesariamente dejar de
lado aquellas posibles categorías provenientes de las “teorías de la acción
colectiva y los nuevos movimientos sociales” que puedan ser consideradas útiles
para diferenciar matices y aspectos secundarios o terciarios del problema.
Sin lugar a dudas, los
movimientos sociales en el contexto de desarrollo capitalista de las últimas
décadas vuelven a sostenerse sobre los postulados básicos que definieron las
protestas y los conflictos y las
movilizaciones en el pasado (proceso más claramente visible en América Latina),
en el sentido de que se los debe definir clara y contundentemente como
movimientos modernos con reclamos modernos (por tierra, trabajo, salarios,
precios, democracia[4],
etc.), dejando así de lado cualquier interpretación que desde posiciones
pos-estructuralistas, neo-funcionalista y/o posmodernas, pretenden ver “nuevos”
movimientos sociales (en términos absolutos) que rompen así la continuidad con
los históricos reclamos de los sectores explotados. Diferentes y diversos si,
pero no “nuevos” en contraposición (casi absoluta) con los “viejos”. Son
“nuevos”, como categoría relativa, en tanto la modernidad produce por su propia
dinámica manifestaciones renovadas de sus propias contradicciones. Es decir, se
debería permanecer lejos, tanto de los estudios inscriptos en las teorías que
vuelven a rescatar la perspectiva del individualismo metodológico, como
expresión del posmodernismo liberal; o de aquellas que desde una superficial
interpretación del autonomismo, pretenden instalar un posmodernismo de
izquierda (como por ejemplo, los análisis del Colectivo Situaciones[5]
para la Argentina[6]).
Es importante entonces
priorizar, tal como lo hacen los propios movimientos sociales, la disputa, el
conflicto, la lucha entre clases o fracciones de clase y la confrontación entre
modelos de sociedad (en tanto movimientos en mayor o menor medida antagonistas
al sistema). Se propone entonces, una mirada que ubica a los movimientos
sociales como formas diversas de organización de conjuntos sociales (clases,
fracciones de clase o incluso alianzas de clase) inmersos en relaciones
sociales de antagonismo sociopolítico y cultural que por su misma configuración
apuntan hacia algún tipo de lucha anti-status-quo[7]. Por lo tanto, más
que ver a los movimientos sociales como ciertos actores específicos inscriptos
en el mismo proceso de “enmarcamiento” que el resto de los actores del sistema
(es decir en un proceso de diferenciación interna funcional a la dinámica del
sistema) se los deberá explicar en base a preguntarse hasta donde se los puede
identificar como sujetos inscriptos en alguna variante de cambio social, de
transformación de la sociedad. Esto implica que su posición de antagonista (o
no) del sistema es uno de los ejes principales a partir del cual interpretarlo
y no solo un elemento más de la larga serie de características con las
cuales solo se logra inmovilizar
descriptivamente a los movimientos sociales. Es que la identidad principal de
un movimiento social suele ser precisamente su posicionamiento crítico frente
al modelo dominante, peticionando por algún tipo de cambio, sea este parcial o
total.
Entonces, será importante
considerar por sobre cualquier otro tipo de disquisiciones, estos factores que
son vistos como ejes claves a la hora de estudiar cualquier movimiento social:
1) la posición estructural
del movimiento social, lo que implica partir de la noción de lucha de clases
para visualizar así al sujeto en su relación con las condiciones objetivas;
2) la posición estratégica
del movimiento social, lo que implica prestar atención a las condiciones
subjetivas que definen un tipo, grado y nivel de acción (de protesta,
movilización y organización); y
3) la configuración
histórica del contexto regional y global que define el marco socio-político,
cultural y económico con el cual cada movimiento social interactúa.
Pero además, será
fundamental tomar como base las siguientes consideraciones que definirán el
marco de construcción de las categorías de análisis:
· Que el proceso de
Movilización Social se construye históricamente (es decir sincrónicamente y no
asincrónicamente como suelen analizar la realidad el individualismo
metodológico)
· Que los procesos de
movilización social mantienen una relación dialéctica con el proceso histórico
de transformaciones en la relación Capital-Trabajo
· Que los procesos de
movilización social se inscriben en algún contexto y proceso de Cambio Social
(cualquiera sea el signo de este cambio)
· Que es fundamental ver las relaciones de los movimientos y
organizaciones socio-políticas tanto con el resto de los sujetos, clases y
fracciones de clase como con el Estado.
Para terminar, se proponen
entonces, los siguientes aspectos a
analizar en los procesos de movilización social (teniendo fundamentalmente en
cuenta que todos ellos están dialécticamente relacionados y ninguna de ellos
puede explicar por si solo el proceso complejo de la movilización social):
1. Base social del movimiento: cuales
sujetos, sectores, clases y fracciones de clase lo componen.
2. Condiciones objetivas y posición
estructural del movimiento y sus integrantes: las relaciones de clase,
estamento, sector social en el contexto de la estructura socio-económica y
política de la sociedad.
3. Las demandas concretas de los procesos
de movilización social y como estas demandas se van transformando (o no) en el
tiempo.
4. El Programa Político al cual responden
las demandas, pudiendo estar este programa explicitado o no por parte de los
movimientos.
5. Métodos y formas de
lucha y acciones y actividades desarrolladas.
6. Alianzas: ya sea con otras fuerzas sociales,
movimientos, clases o fracciones de clases; que definirán las tácticas y
estrategias del movimiento. Su relación con el programa político, el contexto
histórico y las formas y métodos de lucha
7. La organización del movimiento: roles, funciones,
recursos, etc.
8. Condiciones subjetivas de la organización del movimiento, los procesos de
construcción de identidad, de aceptación de roles, liderazgo, etc
9. Relación con el Estado (en toda su diversidad) y con toda otra forma de poder
institucionalizado; en relación a negociaciones, respuesta a cooptación y/o
represión, etc.
Considerando, de esta manera, las contradicciones que motorizan el
proceso socio-histórico se estará más cerca de poder abarcar la complejidad que
implica un proceso de movilización social. Las luchas por la igualdad y la solidaridad,
si bien en algunos casos pueden implicar ajustes del sistema, representan
fundamentalmente procesos de movilización por un cambio social (sea este más o
menos importante, más o menos radical). El desconocer esto, no solo conlleva a
una producción de conocimientos poco ajustada a la realidad, sino que además
define una posición política que por su propia naturaleza la hace incapaz de
comprender cabalmente a la movilización social. Si desde los marcos teóricos se
considera que la historia no puede cambiar, muy difícilmente se podrán observar
sujetos trabajando por el cambio. Solo rescatando el rico historial de las
ciencias sociales críticas en el estudio de los procesos de movilización
social, es como actualmente se podrán comprender los “nuevos” fenómenos. Claro
está, que esto implica asumir que la sociedad capitalista actual no
necesariamente representa el fin de la historia.
GLOSARIO
ANOMIA: En ciencias sociales, la anomia es la falta de normas o incapacidad
de la estructura social de proveer a ciertos individuos lo necesario para
lograr las metas de la sociedad. Se trata de un concepto que ha ejercido gran
influencia en la teoría sociológica contemporánea. También ha ofrecido una de
las explicaciones más importantes de la conducta desviada. El término
(etimológicamente sin norma) se emplea en sociología para referirse a
una desviación o ruptura de las normas sociales, no de las leyes (esto último
es "delito"). En el mismo sentido ha sido retomado por la
antropología, aunque en esta disciplina ha ido perdiendo vigencia tras la
crítica de las corrientes opuestas al funcionalismo estructuralista, sobre todo
el Multiculturalismo. La mayor presión conducente al desvío se da entre los
grupos socioeconómicos más bajos y las conductas desviadas son: el crimen, el
suicidio, los desórdenes mentales, el alcoholismo, etc. Se supone que la anomia
es un colapso de gobernabilidad por no poder controlar esta emergente situación
de alienación experimentada por un individuo o una subcultura, hecho que provoca una
situación desorganizada que resulta en un comportamiento no social. El término
fue introducido por Émile Durkheim (La división del trabajo social y El
suicidio) y Robert K. Merton (Teoría social y estructura social);
este último formuló las leyes que, al incumplirse, conducían a la anomia:
- Los
fines culturales como deseos y esperanzas de los miembros de la sociedad.
- Unas
normas que determinen los medios que permitan a las gentes acceder a esos
fines.
- El
reparto de estos medios.
La anomia
es en este caso una disociación entre los objetivos culturales y el acceso de
ciertos sectores a los medios necesarios. La relación entre los medios y los
fines se debilitan.
FETICHISMO: es la devoción hacia los
objetos materiales, a los que se ha denominado fetiches. El fetichismo es una
forma de creencia o práctica religiosa en la cual se considera que ciertos objetos
poseen poderes mágicos o sobrenaturales y que protegen al portador o a las
personas de las fuerzas naturales. Los amuletos también son considerados
fetiches. El fetichismo de la mercancía es un
concepto creado por Karl Marx en su obra El Capital que designa el
fenómeno social/psicológico donde, en una sociedad productora de mercancías,
éstas aparentan tener una voluntad independiente de sus productores, es decir,
fantasmagórica. El resultado del fetichismo es la apariencia de una relación
directa entre las cosas y no entre las personas, lo cual significa que las
cosas (en este caso, las mercancías) asumirían el papel subjetivo que
corresponde a las personas (en este caso, los productores de mercancías).
COSIFICACION: Considerar
como cosa algo que no lo es, p. ej. Una persona.
LAXITUD: Estado en el que los tejidos se encuentran relajados. Las causas pueden ser
fisiológicas, como la laxitud cutánea normal en personas de avanzada edad, o
patológicas, como la laxitud de los ligamentos que causan las luxaciones.
IPSEIDAD: En filosofía, se
entiende por mismidad la idea que apela a la unicidad del ser y no a la
condición que adquiere por el hecho de devenir, como sugiere, en cambio, el
concepto de ipseidad. Ipseidad es un término filosófico que suele asociarse a la idea de sí mismo, pero
en filosofía se recurre generalmente a él para hacer contrapunto respecto de la
noción de mismidad. En ese contexto, que remarca la dimensión existencial y no
la estructural de la esencia, Jean-Paul Sartre plantea en su obra El Ser y
la Nada que la ipseidad constituye el circuito que se encuentra entre el
ser en sí y el ser para sí. "La reflexión, pues, capta la temporalidad en
tanto que ésta se revela como el modo de ser único e incomparable de una
ipseidad, es decir, como historicidad", concluye el pensador. En
psicología, por ejemplo, la referencia a la ipseidad alude al reconocimiento de
sí mismo en la experiencia.
ILOCUCIONARIA: Acto ilocutivo: es la intención o finalidad concreta del acto
de habla. Por ejemplo: Leeré un Libro esta tarde; Jugaré futbol esta tarde; según John Austin
todo decir es un hacer, el lenguaje cambia nuestro entorno, en este sentido “Es
lo que distingue, lo que el llamará acto ilocutorio o acto ilocucionario.
AHISTORICAMENTE: Ahistórico es un hecho o una serie de
acontecimientos, o una persona o un grupo de personas que están fuera de la
historia y de lo histórico. No se me ocurre ningún ejemplo porque no existe
nada que sea ahistórico. Como adjetivo, "ahistórico" suele usarse
para hacer referencia a los análisis que no toman en cuenta los hechos
históricos.
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[1]
Los
“padres fundadores” de las ciencia sociales modernas harán de su
posicionamiento frente a la sociedad moderna emergente un eje
fundamental de su explicación. Mientras Saint-Simon, Comte, Durkheim y Weber
“festejarán” a la nueva sociedad capitalista, industrial, urbana y racional
(con fuertes matices y hasta críticas puntuales y parciales a su desarrollo), Tonnies en
cambio, presentará una explicación que añora los valores perdidos de la
comunidad medieval, siendo Marx, el claramente más
“hiper-moderno” al resaltar los progresos implícitos que acompañan la emergencia
de la sociedad capitalista, criticándola a su vez radicalmente para promover su
avance y cambio (y reemplazo por una sociedad socialista)
[2]
No está de más recordar aquí la definición de
acción social dada por Weber (1974:5 y 18), lo que nos permitirá ver más
claramente la matriz teórica en la que se basa la categoría de “acción
colectiva”: “Por acción
debe entenderse una conducta humana (bien consista en un hacer externo o
interno, ya en un omitir o permitir) siempre que el sujeto o los sujetos de la
acción enlacen a ella un sentido subjetivo. La `acción social´, por tanto, es
una acción en donde el sentido mentado por su sujeto o sujetos está referido a
la conducta de otros, orientándose por ésta en su desarrollo” “La acción social
(incluyendo tolerancia u omisión) se orienta por las acciones de otros, las
cuales pueden ser pasadas, presentes o esperadas como futuras (venganza por
previos ataques, réplica a ataques presentes, medidas de defensa frente a
ataques futuros). Los `otros´ pueden ser individualizados y conocidos o una
pluralidad de individuos indeterminados y completamente desconocidos”
[3] Al respecto, Wallerstein (2002) partiendo de su clásico análisis
de la configuración sistémica del capitalismo, ha realizado últimamente algunos
aportes a la visualización de los movimientos sociales como movimientos
antisistemas que más que ayudar al análisis puntual de los movimientos sociales
estudiados, puede ayudar a una interpretación histórica general del proceso de
conformación de los mismos.
[4] Sobre la contradicción democracia-capitalismo y el
surgimiento de un proceso de movilización social, ver Galafassi (2004).
[5] Por ejemplo los trabajos del Colectivo Situaciones (2001)
sobre el MOCASE (Movimiento Campesino de Santiago del Estero) y el MTD de
Solano (Movimiento de Trabajadores Desocupados) del 2001, en los cuales se lee
la realidad a partir de la formula del contrapoder y en donde se parte
afirmando que “la política, ya no pasa por la política… la lucha por la
libertad y la justicia, que en décadas anteriores tomaban enteramente la forma de
la política, de la lucha por el poder y por el control del sentido de la
historia, hoy transita en forma muy minoritaria por allí” (pp. 6)
[6] Para una crítica inteligente a las teorías posmodernas de
izquierda ver Veltmeyer (1997 y 2003)
[7] Esto implicará revisar las discusiones actuales sobre la
noción de clase como aquella sostenida por Holloway (2004) que más que
reconocer la existencia de una lucha entre clases constituidas, apela más bien
a entender a la lucha de clases como un antagonismo incesante y cotidiano entre
alienación y des-alienación, entre fetichización y des-fetichización.